Es la primavera de 1998, la temporada está por terminar y América busca un par de refuerzos para enfrentar
los cuartos de final de la Copa Libertadores. Carlos Reinoso técnico americanista de aquél entonces- dejó en el aire algunos
candidatos posibles que la prensa se encargó de regar como pólvora. En la lista verbal de Reinoso figuran dos jugadores de
Pumas: Braulio Luna y Antonio Sancho.
Un día despúes, los cimientos del club universitario se cimbran al escuchar la respuesta afirmativa de Braulio,
a la posible petición de reforzar al archirrival. En lo personal, nunca he sentido una gran inclinación por Pumas; aún así,
las declaraciones de Luna me provocaron escozor, un poco de vergüenza y algo de coraje. Sin embargo, alguien tenía que decir
basta. Y en estos tiempos tan desvergonzados, Sancho salió al rescate de los valores de Pumas. Como buen egresado de la cantera
universitaria, marcó las diferencias y las distancias con el odiado rival. Su "No" fue frontal y elegante; al fin y al cabo
a su estilo; una barrida fuerte, pero limpia. Un año más tarde, me cuesta trabajo recordar a Braulio con la camiseta de Pumas
(cada vez parece más dotado para el americanismo); y me es díficil ver a Sancho sin la zamarra azul y oro (es hoy su exponente
más leal).
Aquel episodio sólo fue un ejemplo de una larga cadena de eslabones que sitúan a Sancho en un escalón honorable
dentro de la historia de Pumas. Dentro y fuera del campo Sancho le ha puesto coraje al futbol de una generación de jugadores
universitarios. Ahí ha estado siempre para sacar la cara ante el mal tiempo. Para recordarle a sus compañeros que con esa
camiseta se juega para defender una identidad, un estilo, una escuela, una historia que hoy les pertenece, la del fútbol de
los Pumas.
Sancho es un futbolista modelo. Pertenece a una especie en extinción. La aparence fragilidad que exhibe su
cuerpo, es sólo un disfraz de una fuerza moral que intimida. A los 23 años ha tenido tantas lesiones como un jugador de 30.
Pero Antonio se crece al castigo. La adversidad parece ser el resorte que impulsa su voluntad.
Según Jorge Valdano, "la tendencia es unversal: los futbolistas ponen las piernas y el entrenador el cerebro
y la responsabilidad." Y como toda tendencia universal, las excepciones confirman la regla. Antonio Sancho está fuera de esa
consideración. Su cerebro tan rápido, ágil, y dinámico como sus piernas. Lo demuestran todos los días frente a los micrófonos
y cada fin de semana ante los rivales.
Pero ni siquiera historias como estas sobreviven a la maquinaria del futbol moderno. Antonio Sancho está
próximo a cumplir su ciclo en Pumas. Lo sabe él. Lo saben los directivos. Pronto dejará el gafete de capitán y se irá de casa,
tal y como alguna vez lo hicieron sus antecesores. Es una ley del club. No pasará más de un año para que lo veamos.
Sancho es uno de esos tipos diferentes que aterrizan de vez en cuando en el futbol. Por eso, en veinticinco
años, cuando Sancho esté retirado, y algún joven reportero me pregunte dónde puede encontrarlo para hacerle una nota; no lo
dudaré un instante. Lo mandaré un domingo al Estadio Olímpico Universitario. Ahí, en la tribuna, bajo el palomar, flotando
entre la "plus", los "ultras"y el "orgullo azul y oro", ahí podrá encontrarlo; con el brazo extendido, la mano derecha apuntando
hacia el cielo, y el grito desbocado en la garganta.